UncategorizedHablemos de un libro para despertar la pasión de escritores dormidos: “Cartas a un joven poeta” de Rainer María Rilke.

Hablemos de un libro para despertar la pasión de escritores dormidos: “Cartas a un joven poeta” de Rainer María Rilke.

¿Quién es un escritor? Si le hiciéramos esa pregunta al poeta y novelista Rainer María Rilke, la respuesta sería más o menos esta: “si uno siente que puede vivir sin escribir, entonces no debería escribir en lo absoluto”. Con ese radical pasaje de su carta estampada en París, el 17 de febrero de 1903, Rilke intenta responder a las inquietudes vocacionales del Sr. Franz Xaver Kappus, quien es el afortunado destinatario de más de cinco años de correspondencia con el escritor, cuyas misivas se recogen en la emblemática obra: “Cartas a un joven poeta”. En ellas, el joven Kappus solicita a Rilke su opinión acerca de sus propios poemas y le pide su consejo sobre si debe o no abandonar la carrera militar para seguir su pasión por la poesía.

Por alguna razón que no puedo explicar, en mayo de este año, justo después de mi cumpleaños, sentí la gran necesidad de releer ese libro, y lo hice con tal impulso que no pude parar hasta leerlo dos veces, una tras otra. Supongo que no hay que explicar por qué se repite algo que produce un gran placer, pero, además, tengo la convicción de que las personas y los libros se buscan mutuamente y estos llegan siempre en el momento oportuno para cada vida que tocan. De esa manera, cada cual tiene siempre la certeza de que el libro que leyó era justo el que necesitaba leer. Y como los adultos somos expertos en acallar nuestras pasiones y cambiar nuestros sueños por trabajo, es posible que yo tuviera que volver a leer la obra para recordarme a mí misma que siempre, siempre quise escribir. No solo los discursos de alguien más ni las memorias ajenas de algún proceso, quería escribir sobre cosas que a mí me importan sustancialmente.

Tras mi lectura, el libro volvió a parecerme tan espléndidamente bello, puro y conmovedor, que también sentí la necesidad de contar con un interlocutor, así que, buscando en mis pensamientos quién podría hacer una lectura honesta y compartir conmigo su valoración, tuve la idea de prestarle el libro a uno de mis profesores más queridos, con quien tuve el placer de comentarlo cálidamente durante algunas tardes del pasado verano. ¡Muchas gracias, profesor Luis Federico Santana!

Luego, yo volví a Nueva York y recurrí al libro en noches y amaneceres en que tenía la urgente necesidad de alguna inspiración, algo así como cuando se necesita un pensamiento que transgreda el nuestro y quebrante la rutina, y leyendo otra parte de la obra, donde Rilke parece darle, afortunadamente para mí, un indulto involuntario a ese abandono de nuestras aspiraciones más profundas en que a veces incurrimos, al asegurar que en el arte: “no cabe medir el tiempo. Un año no tiene valor y diez años nada son…”, volví a retomar viejos escritos, y aunque no he definido su destino final, estos ya sirvieron para encender algunas luces de esas que solemos apagar cuando, faltos de inspiración y precarios de estimulación interna, nos volcamos hacia el trabajo rutinario y olvidamos que somos seres creativos, expansivos e ilimitados.

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